domingo, 23 de noviembre de 2014

Escrituralistas y escrituralismos. Poesía y su escritura en el pulsar de los plexos.


Escrituralismos 

Pecios, los restos de un naufragio

(Por Patricio Bruna Poblete)
















































 Imagen portada
"Cuento de maniquíes"
Pintura sobre papel (de la serie "Resonancias Amereida")


Presentación:

Escrituralismos / Pecios, los restos de un naufragio es el título de mi nuevo poemario actualmente en construcción. Esta escritura poética intenta hacer y ser un lenguaje con los restos del naufragio de mi lengua (la coloquial). Mezclo la escritura lineal y alterna, la convencional y la que no lo es, el lenguaje conversacional, los lenguajes técnicos, etc.; en condición de asumir más libertad en la experimentación con lo escrito en verso y en prosa, tanto en su sintaxis como en su disposición compositiva con los espacios en blanco dentro de la página. En  tanto que lo temático aflore más por intuición desde lo espontáneo que por un pie forzado, aunque esto último también sucede. En tanto busco el aliento de  la palabra en lo no dicho, la palabra en su extrañamiento, la palabra que devela. Esta es la primera parte.



I

Alguien                                                                                                              mira                                                                       




                                                  el centro en blanco



                                                       de esta página





                          Y el vacío central en blanco es lo que expande,
                           con todos los vacíos en blanco de esta página,
                            hacia los vacíos fuera de ella, hacia lo infinito;
                                lo mismo que el vacío negro del espacio
                                    —el que contiene al universo—
                                               expande al infinito.




II


Alguien cierra ahora sus pupilas
a este texto,  a esta página
como si estuviese en blanco,
cierra sus pupilas a todo lo demás que le rodea,
a toda transitoria luz artificial
incluso  a la del Sol y a la de todas estrellas
—que algún día también se extinguirán—
que refracte en sus pupilas.

Es entonces cuando por fin abre sus ojos a la oscuridad
a lo único infinito, total y definitivo,
cuerpo material y abstracto a la vez,
como si en la negación de la luz,
de la transitoria luz,
como si en la oscuridad absoluta, total del espacio infinito,
estuviese la única aceptable y posible
idea o existencia de lo eterno.



III


Alguien cruza con el retorno
a Chile entre el 73 y  el presente
la móvil masa de agua
espesa y turbia del Mapocho
por alguno de sus tristes puentes

y son sus pasos los que se espejean
opacos y turbios
de orilla a orilla en el desfase de su existir
entre el 73 y el futuro
cuando la disyuntiva simplemente era 
muerte o exilio.



Volumetría cubista ondulatoria

La fachada del edificio se articula en tres volúmenes claramente mayores, entre los cuales emergen una serie de volúmenes menores y que se proyectan  con diferentes medidas de alzada —sin sobrepasar nunca al menor de los tres volúmenes mayores—, tomando  el conjunto o unidad del frontispicio valoración estética de claro contrapunto, al insinuar lo curvo a través de lo recto, por sus ambivalentes desfases volumétricos que se descalzan tremolarmente  asimétricos desde lo  plano, sin romper nunca dicha unidad.
Entonces, alguien, un observador accidental, quien no advierte la razón de este juego arquitectónico calculadamente asimétrico en su aparente casualidad combinatoria entre los diversos y similares volúmenes del frontis, camina con su vista por ellos, merced su desprejuicio, merced a lo no racionalizado, merced simplemente de lo gozado en su mirar; camina con sus ojos la fachada, con sus ojos inocentes de cálculo matemático alguno, expuestos  al juego de los claroscuros,  por tanto, así expectantes a cierto dinámico misterio en la proyección de dichas sombras, conforme él transita lentamente y también más lentamente se mueve el Sol hacia el poniente… Entonces para él la fachada serpentea, desde su fondo plano la fachada serpentea en sus volúmenes, aunque no lo sabe precisar así como en esta definición, pues ni  se le ocurre esta palabra —serpentea—, pero cuya esencia está definiendo su percepción visual.
Y finalmente entonces, algo, el punto de cruce exacto, con lo que coincide este casual observador  (insisto, aunque él no  lo sepa) con el arquitecto (quien si pensó en el concepto de lo ondulatorio al diseñar  la portada de volúmenes cuadrangulares cambiantes), estará en la poética de la contemplación, en la estética de lo contemplado. Punto de cruce dado por el objeto frontis, entre lo recto y lo curvo de él. Punto que, paradójicamente, proyecta desde estas volumetrías rígidamente cúbicas, a través  de la variabilidad del tamaño y altura de estas, sus partes, un cierto movimiento de juego de lo curvo, de lo ondulatorio, que de esta contradictoria manera serpentea en el ojo del observador en su desplazarse.




1

Después del susurro añoso del piso de madera
la casa era la Tierra, y lo incompleto del mundo
se compensaba allí bajo su techo, en tanto
nuestros idos pasos en  estos pasos
las verdes divagaciones de su jardín posterior
en el crujido actual de vegetales secos
otrora admitían el cadáver del dios más sancionador,
el de nuestros años de blanda niñez supeditada
al mandato castrador de su ubicua voz
ampliando el cadáver niño al de adolescente de esos días
como los de nuestra ultimada verde y tierna primavera.



2

Cogen los ojos de alguien
a la altura del rayo 
el lumínico paisaje como una enorme culebra
que serpentea su ser cielo. Y,
después del instante del relumbrón,
lo que cae
a tierra no son más que sus fecas.

Ese alguien, un creyente como muchos,
en tanto, calzado
con finísimos zapatos negros
y ya con la atención solo en el caminar,
no hace más que evitar pisar las inmundicias.



3

Rock brasilero en la radio
entretiene al silencio del taller
de restauros. Estrategias discursivas
de tono parlante. Estrategias
de entelequias cortas,
de entelequias cojas,
de entelequias descascaradas, desvencijadas
por restaurar. Y suena, suena,

suena el estribillo con la palabra libertad
en la potente voz del solista
como si no estuviera dispuesto a compartirla
con el resto de la banda que lo acompaña.

Y dicho estribillo no es más que un lugar común,
demasiado común para seguir en esta canción.

Anamorfia entonces
en los huesos precarios del lenguaje
antes de ser en verdad ya carne. La opción radical.

Deconstruir la lengua que solo copia
realista por tanto mentirosamente la imagen.
En fin, ante el oído plano y el ojo raso 
alzar  la estética de la duda, lo cuestionante a la imaginación
expectante y reveladora, que los liberte. 




Del vuelo de las moscas


I

Las moscas vuelan en su enredo,
o en lo que en realidad nos parece su enredo.

La verdad es que las moscas no fijan, ni menos prefijan,
sus trayectos de vuelo, solo los vuelan.

Al observar el vuelo de las moscas,
nuestra mirada, obviamente no puede pre-fijarlo,
pero sí hay un inconsciente intento, ¿deseo?,  
de fijarlo. He  ahí el enredo, pero nuestro enredo,
el de nuestros ojos es.


II

Tarde de verano en la apacible habitación
a plena luz del sol, y al centro de su espacio
—que es solo aire, claridad vacía—
el enjambre de moscas que lo rayonea, 
dibujando el conjunto de trayectorias de sus vuelos
una invisible e intangible madeja tridimensional,
se apodera a plenitud de él
y de nuestro absorto transparente tiempo,
tiempo muerto también.

Digo nosotros, aunque ahora ya viejo medite esto solo,
solo, pero con la infinidad de otros tiempos muertos
ya en el pasado, evocando otro dibujo,
—análogo a esta madeja fantasma
que trazan en el aire
los vuelos de estas moscas—,
una cierta grafía tridimensional pero en la memoria,
espacio y actos de una cierta niñez, la casa,
espacio y actos de una cierta familia paterna, el hogar
espacio y actos de unas ciertas añoranzas. Los afectos.

Y el zumbido de estos vuelos,
que desde lo finamente audible se hace más y más
asordinadamente estentóreo en la cabeza,
es lo que  termina de fijar, de trazar
luego fuera del enredo
de la invisible madeja central
lo inefable de la precisión
de cada amado recuerdo.




El coro de los grillos


Del jardín los grillos
repiten en el silencio de cada noche
lo que pareciera ser siempre su mismo canto:
monocordia de sirenas cautivas de sus mares,
a las que aprehendieron en los bosques, ¿hace cuantos miles
y miles de años?, como preámbulo esencial del apareo
para su descendencia. Grabado hasta hoy
en la nimia y rústica genética de sus minúsculos cerebros
pero cifrado como un potente instinto
lo que acaso sus recuerdos.

Maravilla arrecife rompiente de la noctívaga mudez
que hoy aquí solo traduce en nuestros oídos
como el tono coral  de la mimética de una desmesura,
y que acaso un poco más allá
—fuera de la desmesura del alcance nocturno de su coro—
en posterior reflexión nos remita
por su nombre de insecto, en la palabra grillo,
a esta tautología sonora de un encierro (también en la palabra grillo),
encierro a bosque o a campo abierto
dando vueltas en el oxímoron de nuestras cabezas
en medio del silencio rural de cada noche
desde el jardín
su mismo canto. 



En la cocina la sombra de una cámara de tortura


Aquí, entre la constante de preparar los alimentos
y la limpieza de los trastos y del mismo lugar,
caben, al parecer, que no sean domésticos
muy pocos sueños. Pero cuidado,

aunque sea una sola
la sombra de una pesadilla mira
la desnudez de tu sexo fija en tu cabeza,
mientras rebanas cebollas, zanahorias o papas. Pero
no debiera ser más que una ignorada ocurrencia,
y si es que acaso, una ignorada recurrencia,
que en nada altere la acción específica de tus manos
para solo seguir cortando día a día las verduras
y nada más que las verduras y alimentos. Luego,

de tarde en tarde
los fantasmas de castración... solo revolotean
en los inconscientes desvaríos.

La sombra, la pesadilla
no como culpa,
solo en la cabeza del torturador
gime. Pero por estar a su propio acecho.




A  (oTodo un tiro especular al blanco cuando lo otro bello debe esperar)

Puede ser desconcertante escribir “A” para nada, es decir, el cartero no tiene nada que ver aquí en “A”, solo entrega las cartas sin leerlas a cabalidad, aunque en el ejercicio de exponerlas a la transparencia de algún foco de luz, intentara leerlas bien, pero lo hará velada, opacamente… Y entonces sí, en el fondo esto sí tenga algo que ver con la escritura de lo poético, y sí sea capital entonces, para este texto, la entrometida e innoble acción del cartero... Ya sabes, la curiosidad, la verdadera curiosidad indaga siempre en lo difuso, y si espesa hasta lo más oscuro... tanto mejor. Claro, la curiosidad entonces, estimo que no mata al gato, no al menos a su signo más felinamente exploratorio, sino todo lo contrario. Sus seis vidas son más que siete multiplicándose. Lo sabes callada, íntimamente, nuestra ensimismada vocación , nuestra misteriosa determinación de enfrentarnos en la lucha con la página en blanco... Y, entre el rojo y el azul en nuestro sublevado gorro frigio (versus el tricornio de los realistas), el blanco muere con el ocaso de la revolución francesa, no más esta revive con su nuevo amanecerY nosotros, que no usamos ni siquiera sombreros de paja, no teníamos cómo morir allí, ¡casi tres siglos después! No lo digo exclamando por el exabrupto temporal. Porque en fin, que ajustados a nuestro tiempo y espacio chileno, nuestra revolución en libertad no fue tal, y nuestra revolución con sabor a empanadas y vino tinto fue solo un espejismo de mil días, qué decir de la revolución del 91, ni de nuestra insipiente ad eternum Revolución Indutrial , ni de nuestra imposible Revolución Tecnológica, y ni hablar de nuestra Revolución Cultural … Pero, nos puede sorprender saber que sí, que de alguna forma sí pudimos morir en aquella peligrosa empresa, en una esquina cualquiera de aquel París del 1789. Como infortunados blancos de una lotería, víctimas del azar en la carne de cañón para sus erráticas pero mortíferas andanadas realistas. Basta con trepanar en la conciencia de aquel perro verde literaturoso y enciclopedioso,  desde nuestras sangrantes, rodantes cabezas, ladrando los estertores reflejos del iluminismo, mordiendo con sus proclamas y bandos a la ignorante  y superficial realeza francesa (tanto o más ignorante que su mismo oprimido pueblo de la ralea más marginal) o al menos a su séquito más distante. La azul sangre patricia ultimada, circulando añil por sus lindos jardines reales, después que atentaba y hacía de la vulgar sangre roja del pueblo, el vino, el pan y los embutidos del oprobioso festín para su mesa. En fin, la espada con su forma de cruz nos corta el aire contenido de tanta palabra, de tanto grito liberador que no llegó a ser; nos corta las puntas de tantas, tantas plumas, de las que fueron y de las que no llegaron a ser; nos corta los pelos de los pinceles, los que dejaron llenos y esperando a los frascos de colores, los que argumentan sobre sus posibles filigranas no decorativas, sino estéticamente invectivas, sobre el trasero, sobre la espalda o los pechos, sobre la piel de las partes del cuerpo más íntimas de María Antonieta, las que nunca se estamparán. Al menos no las de aquellos muertos sin sentido.
En un armario del restaurador hay un paraguas y una máquina de coser en perfecto estado, mientras se restauran las cuatro patas rotas de la mesa de disección. 



B

Estás mal, el trapecio no debe oscilar tanto, arrímate y dime; el bus partió en todo caso, y tú dentro. Bueno el pez, el pez, era la respuesta correcta, y tú... claro, en la Luna. Cuando nos vinimos a vivir aquí, fue como empezar de nuevo, y  luego nuestra verdadera y única oportunidad. Pero esperamos pacientemente, y esto sí que fue una seguidilla de insomnios compartidos, la carretera de nuestros sueños —en su subjetiva generalidad— quedaba bastante alejada de nuestra casa, así es que no, no era esperable una victoria tan fácil de los dos como pareja. Y no es comparable con nuestra realidad tu ejemplo y no nos sirve como solución, cuando para nuestros padres el cine era así de popular, pues no existía aún la televisión en los hogares de esa época. Era lógico entonces que no te sorprendieras con lo que vino después, pues la actividad en el dormitorio era siempre una verdadera travesía por el desierto, desvelándonos el sueño tu tv siempre prendida —en su objetiva, para mí, oprobiosa particularidad— de cada día… Y con esto ya teníamos. !Tanto por donde perdernos! Sí, podría ser un absurdo apelar justamente a nuestra esencial carencia como nuestra única arma para solucionarla. Como quien quisiera usar los dedos de la propia mano cortada para recogerla del piso. Pero no teníamos opción. Bueno, darme cuenta de esto fue todo un proceso de vida, y luego la mía fue una reacción tardía y en medio del lugar menos apropiado, pero tenía que enfrentar la urgencia con aquello que tenía a mano —esta mano tan lejana de considerar  lo de Onan un pecado— en aquel momento, y sí, fue como orinar en la botella de refresco vacía, la que estaba en la maleta del automóvil, cuando me quedé encerrado en el estacionamiento subterráneo del edificio, y esta reacción, tan supeditada a las urgencias del cuerpo, no debiera entonces, parecerte algo tan pecaminoso e inapropiado.




No teníamos por dónde


Estás mal, el trapecio no debe oscilar tanto,
arrímate y dime, ¿el bus partió? Y, en todo caso, tú dentro.
Bueno, el pez, el pez, era la respuesta correcta, y tú
en la Luna. Cuando nos vinimos a vivir aquí
fue como empezar de nuevo,
y  luego nuestra verdadera y única oportunidad.

Pero esperamos pacientemente, y esto sí que fue letal
con una seguidilla final de insomnios compartidos, la carretera
de nuestros sueños —en su subjetiva generalidad—
quedaba bastante alejada de nuestra casa,
así es que no, no era esperable
una victoria tan fácil de los dos como pareja.

Y no es comparable con nuestra realidad tu ejemplo
y no nos sirve como solución,
cuando para nuestros padres el cine era así de popular
pues no existía aún la televisión en los hogares
de esa época. No era lógico
entonces que te sorprendieras con lo que vino después…
pues la actividad en el dormitorio
se convertía en una verdadera travesía por el desierto
desvelándonos el sueño tu tv siempre prendida 
desvelándonos el sueño de cada noche
en su objetiva, para mí, oprobiosa particularidad
y de cada día… Y con esto no teníamos por dónde
perdernos. 

Sí, podría ser un absurdo
apelar justamente a nuestra esencial carencia
como nuestra única arma para solucionarla,
como quien quisiera usar los dedos de la propia mano cortada
para recogerla del piso. Pero no teníamos opción. Bueno,
darme cuenta de esto fue todo un proceso de vida, y luego
la mía fue una reacción tardía y en medio del lugar menos apropiado,
pero tenía que enfrentar la urgencia con aquello que tenía 
a mano —esta mano tan lejana y burlona del pecado de Onan
en aquel momento, y sí, fue como orinar en la botella de refresco vacía,
la que estaba en la maleta del automóvil
cuando me quedé encerrado en el estacionamiento subterráneo del edificio.
Y esta reacción de improvisado trapecista no debiera parecerte, entonces, 
ante las simples pero vitales urgencias del cuerpo, a tanta altura
y sin red de protección para las caídas,
algo tan pecaminoso e inapropiado.




Madrépora porteña

Las viviendas de los cerros más pobres de Valparaíso en el asentamiento de su abandono son la fachada del presagio de lo trágico, son lo que ellas mismas condenan o alientan en su desesperanzado poblar. Al socaire infructuoso de incendios, lluvias, aluviones o terremotos, una suerte vana de humilde madrépora cubista multiplicándose, aferrándose submarinamente —en su infortunada necesidad habitacional, sin plan urbano estatal alguno— a la topografía sinuosa y rebelde de sus cerros y quebradas, las menos cotizadas, las más laterales u oblicuas, generalmente escondidas de la ostentosa vista  del mar  y de lo más turístico o patrimonial, y en su precario crecimiento solo fuerte en su misma urgente biologisidad, pulsante de  su misma impetuosa sangre, en las albañiles manos de estética básica pero práctica de sus propios humildes o marginales habitantes (con sus frágiles materiales constructivos: las tablas de pino, las planchas de zinc, etc., incluso el feble cartón, cuando el cemento y el fierro son un lujo que aquí, aunque de tarde en tarde, también se da), los únicos arquitectos posibles ante el desamparo gubernamental, al hacer así su parte de la ciudad, la que revelan en su más dura y terrible belleza, la de su trágica iconoclasta espacialidad.




Perfiles


La extensión visual del perfil urbano de Oslo
del color blanco nieve-nieve más agudo de la melancolía
drena 
acuosamente en la  limpia imagen de bisturí para los extrañados sudacas
tercermundistas, llámese peruano, argentino, boliviano o chileno o etc., etc.,
y gradúa
y diluye
el líquido rojo-rojo de su expatriada sangre
para un fatal destierro mediterráneo
entre los gélidos caudales del Akerselva y  del Alna
que cruzan la fría tierra de la ciudad como sendas
heridas abiertas
porque transitan sin llegar nunca al Mar del norte
sin destino de mar a mar alguno
que enlace nunca con las costas sudamericanas.

La extensión visual del manchado perfil sudaca tercermundista sobre Oslo
de cabezas negras
de piel oscura-oscura
drena su roja-roja sangre
y se diluye en el blanco-blanco de las aguas del Akerselva y  del Alna
en su agudo y exacto nieve-nieve color filo de bisturí
sin alterarlo jamás
en medio de toda la aséptica indolencia enseñoreante del blanco más blanco. 



La vaguada costera (o De Seraut a Turner)


La vaguada costera
una veladura tridimensional
sobre el paisaje real que esfuma.

La degrades o virtual evaporación
de los cuerpos ―móviles o inertes―
de este puerto se cumple 
en medio del oxímoron de detenida velocidad 
—entre tiempo y distancia— de la niebla,
en su lento pero sorpresivo avance,
la que logra en contados minutos
trocar en gris esta mañana plena de sol
con la pregnancia de su mancha,

sugiere entonces primero
a una tela de Seraut en su atomización
más puntillista del efecto neblinoso,
luego a un lienzo de Turner
cuando la vaguada se hace tan espesa
que de este Valparaíso solo queda
como esbozo de su gesto
el sfumato del paisaje de su cuerpo
como si fuese inmaterial.



Entropía positiva


La vertical del viento no es una constante
en su desplazamiento sobre la extensión terrestre,
tal como sí lo es la horizontal del mismo.

Sin embargo, cuando acontece
la vertical del viento como una constante
de equilibrio exacto entre sus masas extremas de frío y calor
en su desplazamiento sobre la extensión terrestre,
el peligro de que el fenómeno sináptico de su desplazamiento calmo colapse
se agiganta,
entonces la verticalidad giratoria de este viento centrado en sí
mismo crece y crece, en volumen y velocidad;
se torna en un ente inmaterial de sólidas pero absorbentes paredes
de  dimensiones inauditas, un embudo
que se agiganta más y más al reciclar giratoriamente en sí mismo
el crecimiento de la desmesura de su rotatoria
exponencial de la entropía positiva de su propia fuerza.

Es en este punto cuando este fenómeno natural suele modificar
violenta, cataclísticamente
la naturaleza del paisaje que recorre,
y no existe obra humana que contenga al huracán
sino la misma extensión de la naturaleza que logra arrasar.



La Cordillera de la Costa

La configuración de la Cordillera de la Costa, contenida entre el Océano Pacífico y la Cordillera de los Andes, devela su declive de humildad referencial en el sintagma de la propia voz territorial que la nombra. Por las desmesuras geográficas que la acompañan y contienen: las aguas del Pacífico que se extienden hasta ser vastísimo horizonte, y el macizo andino que se eleva sobradamente por encima de dichas aguas,  hasta más arriba de las mismas nubes, hasta ser el segundo vasto horizonte más vasto del país.
Y el punto en que se unen en una sola continuidad ambos descomunales horizontes, el de agua y el de granito, entre lo que se extiende a los pies de la cota cero y lo que se eleva como lo más alto de las cumbres, lo guarda para sí el ojo más familiar, el del conspicuo habitante de este litoral porteño, pero no como un paisaje de engaño  perspectivesco o sublimado, sino, como el de una verdad tonal extraordinaria, que emotivamente grada, a suficiente distancia con este observador, distancia extendida por ella misma —la Cordillera de la Costa—, porque nunca ha dejado de permanecer longitudinalmente en su mismo centro, entre el océano Pacífico y la Cordillera de los Andes.



C

Así se nos vinieron las hojas muertas de todo ese otoño, golpeándonos las caras en ese último par de horas, empujadas por sus cálidas ráfagas de viento seco, y sin más que mirándonos en nuestros ojos de alacranes urgentes pero irresolutos. Como si el estupor se nos revelase solo en aquel confuso instante, del saber habernos estado fingiéndonos. ¿Solo por estar bien en lo sexual? Como si el dolor, de estómago —nuestro dolor—, en imagen ahora expandido inmisericordemente sobre el mapamundi, fuera irrelevante por ser solo una marca, un puntito rojo sobre él, situadas nuestras contemplativos miradas de espectadores inertes, pero de prestados vuelos de cámara, de cenitales a rasantes, de panorámicas abúlicas hasta el extremo del esquema..  o de acercamientos hasta lo despiadado, a  vuelo de águilas terrestres sobre las manchas verdes de las estepas orientales; como si el dolor humano fuera minúsculo, nada más por bucearlo  cómodamente desde nuestra morada, en ese documental de geografía humana trashumante en su exiliada diáspora, hasta llegar a las hambrunas de la negra y desértica África nororiental, de día domingo por la mañana, aún remoloneando en nuestra pueril pradera expandida entre las sábanas, después de haber tomado el desayuno allí mismo a las diez a.m., de tv a gran pantalla plana, en nuestra cama… Digo, ahora, unos años después, que bien podrían significar una olla de un limbo a presión, o algo así de etéreo pero acuciante, así de irrelevantemente terrible. Digo… como si el dolor de estómago fuera lo mismo por estar en nuestra sardónica risa de águilas sin alas, y en tu misma cabellera de serpientes embaucando a este agresivo esclavo de Priapo. Sí. Desafiándonos solo en los ojos, tú con tus incontables miradas ondulantes, presta a inocularme tu fatal fluido con los finísimos y acerados colmillos nacientes de las orgásmicas fauces de cada uno de  tus cientos o miles de cabellos danzando sobre tu cabeza de amante Gorgona. Y… yo, con mi única mirada, de ojo fálico, tratándolo de cubrir a último momento  con mis infructuosas manotas de torpe Polifemo, para no quedar de roca para siempre, como estatua a la vera de tu camino.
El caso es que, esa misma mañana en que nuestro documental era interrumpido por el flash noticioso, en que se informaba que Aristóteles renunciaba a su puesto de director supremo de la filosofía occidental, y que las desorientadas pero ordenadas hordas de individualistas al mando de los más higiénicos, asépticos intelectuales —que en todo caso venían hace rato ya asolando no solo nuestra educación sino que todo el sistema económico productivo del país— tomaban definitivamente  rumbo a los despeñaderos más altos y conspicuos del territorio nacional… nosotros decidíamos poner fin a nuestra falsa comunión, como si aquella imagen del descalabro del neoliberalismo mundial saliendo de la pantalla de tv nos informara solo a nosotros, y nos digiera que sí solo a nosotros. Que esta solitaria golondrina sí era. Nuestro definitivo verano de verdad, pero solo para cada cual por su lado. Solo para águilas terrestres o escorpiones de inútiles alas... de verdad.


D

Lo sabemos demasiado bien —mirándonos fijamente sentados a la mesa del desayuno, antes de aclarar el día—, como el punto que ubicamos medio a medio en el blanco con mira telescópica infrarroja. Pero los petirrojos se espantan entre el vaho caliente de nuestra tazas de café —solo por tu irrefrenable manía del estornudo, tu vital impertinencia— y son el caos del desbande desde todos sus blancos sobre los que apuntaban, posados en las sienes de todos nuestros más glorificados recuerdos.
Pero, para solo plumas cayendo como única prueba de que alguna vez estuvieron aquí nuestras más felices acciones, acaso como esas gráciles y nerviosas avecillas en algo más que decorando nuestros jardines colgantes, con todas nuestras maravillas tan bien cultivadas por nosotros mismos, entonces eras el ángel. Eras ese ángel caravaggiezco  que tan bien solías representar, en la inversión del gesto tenebroso de tu desembozada mudez, y que hoy,  francamente, ya no camuflas tan bien como entonces, y a estas alturas, en que el caldo de Los Andes en nuestras cabezas logra su punto de ebullición tan asombrosamente rápido.
Y para nuestras perplejas conciencias de expertos tiradores, acostumbradas al derrame infausto de la sangre, este exiliamiento que se nos impone nos cuaja. Y entonces son estos pájaros que huyen, lejos, lejos de nuestras blancas manos para siempre. Pájaros coagulando desde dentro los rojos lineamientos externos, los bordes del mapa sobre nuestros cuerpos. Nuestro último perímetro de caza.






Blanco

Esto no es un experimento, lo que sucede
sucede, no hay vuelta que darle. Le podrás llamar destino;
y la sangre espesa su ternura en nosotros,
es lo que solamente sé.

Un aspecto fugaz decías
de esta certeza. Bien, bien, así será,
caminamos por su línea y
¡tensa esta cuerda floja, por lo que más quieras
por favor! Lo inadvertido de este celo
que acontece en configurarse solo después,
cuando disponemos al descanso
a nuestros fatigados cuerpos,
ya nos  dice de lo precario del equilibrio,

aquello que nos cuesta tanto  mantener
en este presente de amarnos,

algo más que un repetitivo y prosaico tanteo
de mete y saca
de mete y saca...
y la ebullición de nuestra sangre.



Azul 

Dónde fue que nos perdimos,
en qué parte del cielo; luego insistir
en recortar las nubes que tapaban 
el sol
con el filo de su voz
con su agudo acento de bisturí.

Volvíamos del cine con los recortes
de aquellas imágenes tecnicolores
como puros lamentos en el ojo del paisaje 
de los 70; en la memoria, cuando como niña consentida
ésta disgregaba enervante siempre una década más tarde
buena parte de lo vivido, atomizado
en su horizontal vuelo de gaviotas;

y entonces era así cada domingo por la tarde
donde nos hundíamos cada vez otros diez años más,
hasta llegar a la década del 2010

y hoy ya 2015 en el pozo, al parecer,
solo al parecer, sin fondo
del remolino de sus blancas alas
en medio del claro cielo de perdidas gaviotas
de vuelta del paseo,
felices de reconocer el camino de vuelta del cielo azul
en nuestro acostumbrado litoral central. Nuestro infierno más amado.



Rojo (en eso de: "tírate a un flaite... o a un poeta")
  
Hubo tantas veces ese giro de negro humor,
pero no nos percatábamos
si el consentido Sol,
el de nuestras excusadoras sonrisitas
de cultos e institucionalizados bardos,
no lo alumbraba.

Las márgenes del delirio se diluyen, y la pesadilla
de otro golpe de estado ya se manifiesta 
FLOTA 
HI-PÓ-CRI-TA
pero esplendorosamente, como una razón neoliberal,
LA razón neoliberal
de libre mercado
sin necesidad de DAR 
el tradicional golpe de estado, 
TRANQUILAMENTE 
como parte de  nuestra cotidiana realidad
mentirosamente democrática, 
llena de cancerígenos oligopólicos monopolios
patrocinados, en su justo momento
de enquistarse, por san Ricardo Logos,
el iluminado patrono 
del gran empresariado nacional.

Las márgenes del delirio se diluyen, y la pesadilla
de otro golpe de estado ya se manifiesta 
en el aporreado cuerpo 
de nuestra pobre pobre patria chilena 
trashumante;
mas el recurso ingenuo pero efectivo de estar y no estar allí
como comunes chilenos saca vueltas, pero
como sinceros luchadores por la libertad, nos bastaría
para echar el asuntito este por la borda
siempre una vez más. Echarlo 
para la risa.

Pero lo cierto era que aquellas negadas circunstancias
para sacar a la luz a nuestros escondidos súper héroes,
acumulaban por años su devastador efecto posterior
en la galería subterránea de nuestros  cerebros
como topos.

Y si ya no emergemos como héroes ni siquiera en potencia,
al menos lo hacemos como certeros francotiradores
esperando pacientemente el tan postergado momento
de disparar por fin nuestro primer ácido reproche. 

Y a las salidas de los estadios
las masas enardecidas 
soliviantadas por sus Barras Bravas 
en su afán destructivo
de acabar con el paisaje urbano que habitan,
nos espetan su calidad de blanco inmejorable
cada domingo futbolero... Por lo menos.



"Egon Linus, el Pajarero" Pintura sobre papel (de la serie Resonancias Amereida)




ALGUNOS DATOS DEL AUTOR:



Patricio Bruna Poblete
Correos:
egonlinus@gmail.com
patbrunapo@gmailcom.



Página flickr con parte de mi trabajo como pintor

- Serie Resonancias Amereida (pintura sobre papel)
- Serie Mujeres de Óleo (Óleos)

https://www.flickr.com/photos/128001894@N03/